Éste es el elogio original que escribí para mi madre, en espera de su partida. Durante el funeral, mi prima leyó las palabras de una de las mejores amigas de mi madre, mi primo y mi tía dejaron sentir su pérdida, y yo cerré la ceremonia con un corto mensaje, embolsillándome toda esta longaniza de emociones. Madre querida, espero nuestros sentimientos en vida te hayan hecho justicia.
*Familiares y amigos se encuentran en el gazebo del Cementerio Nacional de Veteranos para darle la última despedida a la Coronel.*
Buenas tardes damas y caballeros, militares activos y retirados, especialmente de la Guardia Nacional de Puerto Rico, amigos y familiares.
Para aquellos que no me conocen, yo soy la hija de la muy querida y distinguida Coronel Iris Delia, o como me decía Sigfredo, la Mayor Rodríguez. No les debe sorprender que mi madre, la panificadora por excelencia de manejo de emergencias, lleva preparándome desde que tengo uso de razón para este momento. Cada vez que viajaba al extranjero o se iba de Annual Training me sentaba en la mesa redonda del comedor de nuestro humilde apartamento para explicarme paso por paso lo que sucedería si ella no volviese. Desde la póliza de seguros hasta quien sería mi tutor, me describía todo lo que sucedería según sus deseos y planes. Su meta era hacerme entender que sus últimos pensamientos no serían de tristeza o ansiedad, serían de alegría y orgullo, pues ella se habría encargado de que yo tuviese todo lo necesario para tener una vida plena, llena de éxito y alegría, a pesar de no tenerla a mi lado.
El amor que me tenía fue tan abarcador que le dió hasta la fortaleza para enseñarme a vivir sin ella.
Una de las veces que completamos este ejercicio, mami se dio cuenta de que su plan post sepultura me negaba un elemento muy importante para lograr todo lo que ella proponía para mi persona: un cómplice, sangre de mi sangre, que me diese todo el cariño y atención que ella no me podría dar desde la ultratumba. Par de meses después encargó a mi hermana, Lilo como le digo yo, y el resto es historia. El trueque venía con condiciones, claro, pues a cambio de no estar sola en la adversidad me tocaría a mi cuidar de su segunda princesa, ocho años menor que yo; una bolita de ansiedad y energía que rueda y rebota por el mundo buscando un lugar al cual pertenecer. Para aseguratse de que yo pudiese cumplir con tan gran responsabilidad, me enseño a cuadrar cuentas, a ahorrar cuando no había mucho para repartir, a intercambiar favores y a ayudar al que necesita ayuda con compasión y dignidad.
Con mucho empeño me recalcó que con llorar no se resuelve nada. Que lo que está para uno está pa uno. Con mucho tesón y resiliencia aceptó su diagnóstico y aprovechó el tiempo que le quedaba para amarnos más y de seguido. No perdimos un minuto, y los que se perdieron fueron entrenamiento para los que se nos han negado. Te prometo, ante todos los presentes, continuar tu gran labor civil de ayudar al prójimo y dejarlos mejor de lo que los encontramos. También prometo cuidar a tu gran tesoro, mi hermana, quién perdió tanto en tan corto tiempo, manteniéndose firme en sus metas y anhelos a pesar de no poderlos compartir contigo.
Descansa mi bella durmiente.
Hasta luego, mamá.